Llevo varios días trasladando mi mente y mis recuerdos a lugares de mi infancia, pero a diferencia de otras ocasiones, en las que se tienen recuerdos de anécdotas, de momentos, incluso de olores y sabores, esta vez recupero imágenes preciosas que sin duda alguna hoy habría fotografiado. De todos esos recuerdos son los del campo los que con más nitidez puedo ver. He imaginado fotografías de todos esos recuerdos, he fotografiado en este imaginario viaje al pasado la era, sobre ella Alfonso con su sombrero de paja en el trillo rudimentario con una sencilla silla metálica cubierta por un cojín atado con cuerdas para hacerla más cómoda, da vueltas tirado por la mula, la luz dorada del principio de la puesta de sol, mientras el viento del verano mueve sin muchas ganas, las pajas que van quedando aplastadas por el trillo. He fotografiado esas manos marcadas por el trabajo de la tierra mostrando las primeras habas.

He fotografiado las zarzas ardiendo a la caída de la tarde a la orilla del río Lácara, para limpiarlo de malezas, donde el humo se mezclaba con los tonos rojizos, morados y rosados de la puesta de sol del cielo de Extremadura.
He fotografiado, los largos paseos, en los que Isabel y yo buscábamos a Bonito, con las cabezada en una mano y unas zanahorias para premiarlo en la otra, casi siempre andábamos donde sabíamos que estaban los caballos de los arrendatarios con los cuales Bonito solía marcharse durante el día.
He fotografiado a Isabel, cabalgando a un galope casi imposible, sin silla completamente libre sobrada de valentía, han pasado ya muchos años, pero puedo ver la ropa que lleva, puedo sentir la aceleración de mi corazón sabiendo que después me toca montar a mi y esa sensación de emoción y de temor, porque yo al contrario que ella estaba sobrada de miedo :o)
He fotografiado la cuadra, con sus vigas de madera, con los comederos rústicos, el suelo de piedra, la puerta carcomida, una ventana pequeña por la que entra una luz preciosa acentuada por el polvo que levantamos al cepillar a Bonito.
He fotografiado los ponederos de las gallinas, los paseos al Charco Redondo a bañarnos, o al charco de la mujer con sus huidas despavoridas entre risas nerviosas, porque alguien grita que ha notado algo en el fondo del agua teñida de marrón chocolate por nuestras pisada en el fondo.
He fotografiado, el Cerro Matapega, el Cerro Pelao, el camino a la finca contigua para comprar un queso fresco recién hecho. El camino hacia la carretera, con sus puentes, la vacas negras entre las que pasamos sin miedo, las visitas a las tumbas, y atravesar hacia el Dolmen, subir a la Piedra Milenaria y volver con los últimos rayos de sol hacia el cortijo.
He fotografiado el agua cristalina helada del pilón, donde nos bañábamos antes de existir la piscina, de las sombras de la higuera, las tumbonas de madera, el huerto.
He fotografiado la nube de polvo que levantaban los coches por el camino, y que en aquella soledad del verano de los niños que se hace eterno, ansiábamos ver con una necesidad compulsiva, esperando que aquel coche trajera algo que nos sacara de la rutina.
He fotografiado muchos otros recuerdos, pero necesitaría otros años de infancia que no tengo, para poder hablar de ellos.