sábado, 30 de octubre de 2010

Naranjas, ocres, tierras y otros colores


Nunca había sido muy amante del otoño, digamos que era la estación de relleno. El verano gana en mis prioridades, ya que soy completamente acuática y disfruto estando en remojo. El invierno, por su romanticismo, por la Navidad que siempre me ha apasionado. Me gustan los adornos, las luces, las brillantinas, las campanitas tintineantes, los villancicos, la ilusión del día de reyes... buf, nunca me cansaría de comprar adornos y más adornos navideños, menos mal que se controlarme. La primavera, pues porque tiene fama, y porque es preludio del verano y se que en esos momentos ya falta menos para poderme echar en remojo como los garbanzos. Pero el otoño, siempre lo ha tenido muy complicado para ganarse mi simpatía.
Ahora he aprendido a amar, las hojas que caen, que son levantadas por el viento o por los coches en las grandes avenidas. He aprendido a amar los ocres, los naranjas, las luces brillantes del sol después de la lluvia, la atmósfera limpia, las calabazas, las castañas. Verdaderamente esto, ha sido un descubrimiento para mi.

domingo, 24 de octubre de 2010

Otoño



Decididamente el otoño se está resistiendo. Hoy he salido cámara en mano para poder realizar alguna foto para un grupo de flickr que sigo. Este grupo propone todas las semanas un tema, y esta semana era el otoño. Lamentablemente por aquí los árboles aun estaba plagaditos de lozanas hojas verdes, entre ellos he conseguido encontrar algunas que están cambiando su color, y algunas bayas.
De este modo, acalorada y con mangas cortas, he vuelto a casa para editar mis fotos y tomarme una sopita y hacerme a la idea que estamos en la estación de las castañas, membrillos y otras delicias. Mientras y como aun me quedan estación por delante, seguiré buscando ocres, naranjas, marrones y brillos de ámbar, que tan especiales hacen las fotos otoñales.

martes, 12 de octubre de 2010

Violetas




Voy dejando a mi espalda el enorme portón verde. Subo los dos escalones que me llevan dentro de la casa. Delante de mí, el interminable corredor acaba de ser fregado, en el, para no ensuciarlo, han ido colocando meticulosamente a modo de damero, hojas de periódico. Salto de los deportes a los sucesos, de los sucesos a las esquelas, de las esquelas a la editorial, y así hasta llegar a los anuncios por palabras, que preceden al salón. Deslizo con decisión la puerta corredera con decenas de capas de pintura blanca sobre su superficie. Años más tarde aun sigo recordando aquella casa con la misma majestuosidad de un retablo gótico.
Repito el camino que tantas veces he recorrido, y todas ellas con le misma ilusión, con la misma devoción. Me coloco delante de la enorme vitrina, es inmensa. Dentro, cientos de platos, tazas, vasos, copas… toda clase de tesoros se presentan ante mí. Desecho los vasos de colores psicodélicos, las copas art decó, la vajilla de Macao. Sólo tengo ojos para esa porcelana de bizcotela, adornada con esas pequeñas violetas en pequeños ramilletes y sus filitos de oro. Mi mirada va tanteando; sopera, platos de postre, las fuentes, la ensaladera, la salsera… Esta era también su preferida, porque ella amaba las violetas.